miércoles, 28 de septiembre de 2005

.barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?

FUE en una de esas canchitas de papi sobre la avenida Alberdi, en Flores. Estaba debajo de la autopista, como la mayoría de las canchitas de papi, y tal vez sea porque la autopista tuvo siempre fama de albergar a malandras y vagos que no había mucho público presente, además de los chicos que jugaban y dos o tres acompañantes que iban a brindar apoyo logístico.
Uno nunca sabe cuándo pueden pasar estas cosas, por eso cuando pasan lo agarran desprevenido y no puede hacer nada; no es como cuando llora una virgencita en algún pueblito del interior, que al menos queda ahí, en su gruta, y van todos a ver, llevando velas y flores y enfermos, y quien la haya descubierto llorando puede descansar sobre esa prueba irrefutable, sean lágrimas o no; esto es otra cosa, esto es más como quien afirma que su madre muerta hace quince años le dice en sus sueños lo que debe cocinar para su marido al día siguiente, es algo intangible, algo inefable, casi indemostrable, algo que fue cuestión de un par de segundos y que yo vi con mis propios ojos. Y no fui la única, porque está también el protagonista de todo esto, que por el calibre de lo que ocurrió no puede decir demasiado sin correr el riesgo de ser tildado de soberbio o vanidoso, y también están las "víctimas", los que sufrieron tamaña picardía y que por orgullo jamás la darán por cierta.
Y a veces uno preferiría no cargar con semejante peso, o hacer oidos sordos a la risa burlona de los que oyen semejante hazaña.

"Imposible".
"Dios hay uno sólo".
"Dudo que hay sido para tanto".

Seguro que no fui la única en darme cuenta, pero quién sabe, quizá los demás testigos también lo notaron y decidieron guardar silencio, por miedo a ser tratados de locos, de mentirosos o de alarmistas. Y es que es un asunto delicado, si uno lo piensa bien. Jamás en la historia del fútbol mundial hubo jugador, sea amateur o profesional, al que se le haya atribuído algo semejante.
Y yo seré mujer y de fútbol no entenderé nada, pero esto no pasa desapercibido para nadie. El mundo entero se puso de pie para aplaudir hasta las lágrimas en ese entonces. Y ahora, debajo de la autopista, en una canchita de papi en algún recóndito lugar de Flores, estaba pasando de nuevo. Y nadie más que yo estaba mirando para grabárselo para siempre en las retinas. Es una gran responsabilidad, sí señor

haber visto cómo, en ese partido inverosímil, Contumaz hacía un gol exactamente igual al segundo que Maradona le hizo a los ingleses en el Mundial del '86

y no poder compartirlo con absolutamente nadie.