lunes, 17 de septiembre de 2007

EL VIEJO DE LA LIBRERÍA

No se reía casi nunca, el viejo; leve cara de tortuga, voz sofocada y temblorosa. Atendía la librería de Constitución y Mistral, sombría y en silencio, con delicioso olor a madera y papel y libros nuevos, y campanita en la puerta para avisar que uno entraba. Con él estaba siempre su mujer, que era dulce y sonreía siempre a los chicos, y a veces les daba algún caramelo, bajo la mirada reprobatoria del viejo. Que se fastidiaba con los chicos, y se impacientaba porque ellos iban con los pedidos de sus maestras en un papelito arrugado, pedidos vagos y poco claros

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un lápiz negro
- plastilina de colores
- una regla
- un cuaderno con tapa azul
- etiquetas

Y entonces el viejo: pero de qué tipo de mina el lápiz; de qué color la plastilina; de cuántos centímetros la regla; rayado o cuadriculado el cuaderno; de qué tamaño las etiquetas. Y nosotros así, perplejos ante los tecnicismos del viejo, sin saber qué hacer, apurados por el repiqueteo de los dedos del viejo que ya le estaba preguntando al de atrás qué quería, que si metalizado u opaco el papel glacé. Justo hoy, que mamá nos había dejado ir solos a la librería, emoción de cuaderno nuevo y lápices para pintar, y mirá, al final, qué desastre.


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