jueves, 29 de abril de 2010

El Castillo

Oficinas de Arba, agencia de recaudación de la provincia de Buenos Aires, encargada, entre otras cosas, de todo aquello que concierne al impuesto sobre ingresos brutos.

Mandona: Qué tal, quisiera certificar una firma para que un tercero pueda tramitar el cese definitivo de ingresos brutos y también pueda hacer una demanda de repetición solicitando la devolución del saldo a mi favor de la declaración jurada anual del periodo 2009. ¿Me la podés certificar vos?
Empleada pública: ...
Mandona: ...
Empleada pública: A ver... esperame un segundito que...
(dándose vuelta y preguntándole a un flogger que había en la oficina) ¿Vos sabés algo de ingresos brutos?

Fin

martes, 27 de abril de 2010

gente que no entiende nada

Pariente cuya intención es casarse en invierno, de día, en el medio del campo, el día del primer partido de Argentina en el Mundial.

domingo, 25 de abril de 2010

oficina de Dios sucursal zona Sur

Ellos querían casarse en la Basílica Sagrada Familia de Nazareth, en Banfield, porque su novio había sido bautizado allí. Ella pidió una entrevista, pero le dijeron que debía ir personalmente, a las 7 de la mañana. Atenderían por orden de llegada.
Ese día, cuatro novias esperaban delante de ella. Le dijeron que el tope era cuatro, que tenía que volver. Volvió, pero de nuevo quedó quinta. Así por varios días.
Se le ocurrió preguntar en la sacristía cuál podría ser el problema. El sacristán le dijo que sólo casaban cuatro novias por mes. Ella le dijo que siempre que iba tenía alguien adelante, que era imposible; no importaba a qué hora llegaba, siempre terminaba quinta. A lo que el sacristán respondió que en esas oficinas ellos no podían solucionarle el problema, que si siempre pasaba lo mismo, será que Dios no quiere que ella se case.

lunes, 12 de abril de 2010

silencio

Cuando yo era chica, la calle de mi casa era un hervidero de ruidos. Risas, chicos, vecinos. La gente se pasaba horas en la puerta de su casa, improvisando austeras tertulias de mate y cumbia, mesas y sillas de plástico en la vereda, el vecino de al lado, el del otro lado, el de la esquina, los de la vuelta, alguno de la otra cuadra.

Mis vecinitas y yo también ganábamos la calle y jugábamos a las escondidas o mirábamos libros de animales hasta que se hacía de noche. Entonces entrábamos a bañarnos, para salir de vuelta con mejores ropas, rodeadas de luciérnagas. Horas y horas hablábamos, con nuestras vecinitas. A veces venía alguno de los chicos de la vuelta, y charlábamos todos juntos.

La calle rugía como un monstruo, estaba viva, tenía una identidad. El nombre de la calle era el nombre del vecino más sociable: la de Mary, la de Juan, la de quien fuera.

Gradualmente, la calle se fue apagando, la música, cada vez más espaciada, hasta casi desaparecer. Nunca más vi una luciérnaga. O un sapo. Casi no hay caracoles ni grillos. Los pájaros, ahora, cantan de noche.

Durante el día, el sonido ambiente es el tintinear de las herramientas del taller de enfrente, y alguna que otra frenada en la avenida.

Prestando atención se descubre dónde fueron aquellas voces ahora mudas. A través de las ventanas, cuando el ronroneo del tránsito mengua un poco y los perros no ladran, se oye el sonido de las ventanitas del messenger, y su fría melodía de tres notas.

Curiosa involución social: aquellos que antes fueron amigos, ahora son sólo contactos.