domingo, 29 de noviembre de 2009

monsters

P. habla dormido. Elabora teorías inimaginables, lucha contra titanes y alienígenas, salva el mundo. A veces canta. Jamás dijo otro nombre.
Anoche dormía inquieto, como anticipando la tormenta. Me despertaron sus quejidos, un sonido tenue y sufrido. Me llenó de compasión su pesadilla, tal vez lo estuvieran acechando los horrores intangibles de los sueños. Decidí despertarlo. Abrió apenas los ojos.

-Estoy bien, estoy bien- me dijo. -Me di cuenta de que estaba hablando. ¿Sabés por qué lloraba? Porque no me dejaban comer una torta.

(Los monstruos de los sueños pueden tomar las más diversas formas).

miércoles, 25 de noviembre de 2009

bergüensa agena


No. Pero la próxima vez voy a votar a alguien que se asegure de que estos orangutanes impresentables aprendan a escribir.

martes, 17 de noviembre de 2009

ilegalidades

El arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, se pronunció en contra de la -sorpresiva- decisión de Mauricio Macri de no apelar el fallo que autoriza el matrimonio entre Alex Freyre y José María Di Bello, horror, dos varones. Se pronunció, en definitiva, en contra del fallo mismo.

Su observación es que la sentencia es "absolutamente ilegal". Es decir: es ilegal en cuanto que declara inconstitucional un artículo del Código Civil –el que impide el matrimonio entre personas del mismo sexo–, atentando, por ende, contra la composición tradicional de la familia nuclear.

El cardenal Bergoglio considera que la familia heterosexual es garantía de salud social, sólo por el mero hecho de adecuarse a los parámetros que impone la moral cristiana. Es típico de la Iglesia exponer sus puntos de vista, tremendamente dogmáticos, sin hacer el mínimo correlato con la realidad sobre la que argumentan, como también suele ser típico de los jueces sucumbir ante las presiones de los altos mandos eclesiásticos, con los que a menudo tienen estrecha relación, y legislar en concordancia con estas presiones.

La constitucionalidad, la legitimidad otorgada a un código en orden de regular el funcionamiento de la sociedad, está fundamentada, en gran parte, en el criterio de los jueces al interpretarlo, y en su manera de impartir la justicia basándose en ello. La condición dinámica de las sociedades obliga permanentemente a los jueces a rever su interpretación del Código. Sólo así la justicia, que es concepto y letra, puede reacomodarse a la realidad social y satisfacer sus verdaderas necesidades, trasformándose en praxis.

La ley no puede, no debe, separarse tan escandalosamente de un estado concreto de cosas.

La Iglesia no comparte esto, porque su mayor provecho está dado en la desestabilización que genera el divorcio entre las leyes y la realidad social. Pasa con el aborto, pasa con las drogas, pasa con la educación sexual. Los mayores progresos sociales y civiles fueron siempre su mayor derrota. Su eterna batalla será la de impedir que la ley avance en conjunto con el devenir social, acompañándolo.

La jurisprudencia que sentó la Corte respecto del casamiento entre homosexuales apunta a que esto se transforme en norma. No puede ser ilegal la instauración de nuevas y diferentes libertades, de nuevos códigos sociales y civiles, más acordes a su tiempo y a las prácticas que efectivamente circunscriben, por el sólo hecho de desoír las otras leyes, las de la Iglesia, que cristalizan mandatos arcaicos que no reflejan ni responden a gran parte de una realidad concreta, y que no tienen competencia civil más allá se su incidencia en el plano moral.

Esta es, en el fondo, la ilegalidad que “denuncia” el cardenal: la legitimación de un fallo que atenta directamente contra el seno de sus creencias, y que apunta, precisamente, a desarticular esta otra normativa, la que arremete contra la libertad de las personas que no responden a la sacralidad de la vida católica justamente por haber nacido de ésta, buscando mantener viva una estructura funcional a sus intereses que no se condice, desde hace rato, con la realidad viva de una sociedad orgánica.

La ilegalidad está, para Bergoglio, en la ampliación plena de horizontes de vida, en el desacato a su moral hipócrita, obsoleta y arquetípica y en el total y maravilloso desacato a su Iglesia.

martes, 10 de noviembre de 2009

pero qué digo cuando no digo

que el desafío ahora es este papel en blanco.

lunes, 9 de noviembre de 2009

ensayo mínimo sobre no dormir

Hay un momento de la noche en el que las imágenes toman vida propia. Los ojos inútiles, abiertos a los contornos que adivinan en la oscuridad, generalmente lloran, o yacen perplejos sobre un punto que casi siempre está fuera de sí mismos. En esos momentos las personas se repliegan.
El insomnio tiene siempre esa rara pasión por sublevarse; el insomne, la vaga noción de que pierde una guerra. Condición inexpropiable del insomnio la de subyugar el deseo, la necesidad, el imperio de dormir, o sea: de avanzar hacia un nuevo día, que es avanzar en el tiempo de los Hombres –no en el de afuera, que ni siquiera se sabe si avanza, o retrocede o simplemente se posa; pero avanzar o retroceder son, a veces, cuestiones de tiempo más que de espacio, sobre todo cuando hay insomnio o heridas que no son precisamente las del cuerpo, generalmente el primero a propósito de las segundas–.
El insomnio, como un ancla de la noche, se lleva el tiempo con todas sus misteriosas sanaciones.
Tiene a su merced la artillería de la imaginación, de sus fantasmas, de la masa intangible y antropófaga de las ideas, apuntaladas por un dolor inexpresable. El insomnio se combate con la palabra. Mejor: con la escritura.
Porque pensar o sentir ciertas cosas las reduciría, sin la palabra (y sin la escritura como su espejo), a meras liviandades que arderían en el espíritu como hogueras, retornando a su dimensión aceptable –tolerable– y, por ende, redentora, apenas despuntado el día.
La noche promueve la escritura al quitarle al pensamiento su soporte visual. La escritura no es inductora del sueño, sino antídoto del insomnio. La vigilia devolverá al insomne, una vez que haya dormido, un espectro intelectual impensable (muchas veces impensado) en la vida diurna.
Si el insomnio secuestra el tiempo y lo transforma en esa elasticidad viciada, estéril y obstinada en vivificar una herida a través de la repetición de las miles de abstracciones que la representan, de la reconstrucción interminable de los errores que la hicieron posible, la escritura lo cristaliza y torna la herida y su recuerdo en algo manipulable, en algo propio; en una poesía que devuelve su libertad a quien la piensa y convierte al insomnio en la pura voluntad de no dormir.