domingo, 28 de febrero de 2010

importado: de un mensaje recurrente

El microcentro está lleno de locos. Miren bien, están por todas partes. No hablo de los locos de trajecito y celular. Hablo de los otros, de los perdidos. De los que alguna vez fueron alguien y ahora no son absolutamente nada. Son los animales salvajes del centro, son los residuos de la guerra cultural. Andan en trance, atormentados por los fantasmas que los despojaron de todo. A veces se corta el rugido del tránsito y la voz del loco hace eco entre el cemento. Siempre son puteadas; los locos putean a todo lo que se cruzan. Los ignoran, los ningunean, pero ellos nos avisan a nosotros que somos los futuros locos. Son locos apocalípticos, gente muerta que a los gritos nos está advirtiendo algo.

viernes, 26 de febrero de 2010

importado: de la familia

La familia tipo es así.
En los buenos momentos, en los éxitos, en la prosperidad: "Mi hijo se recibió"; "Ascendieron a mi hija"; "El nene me salió campeón con el equipo".
Pero en las malas, en los momentos de histeria, en los contratiempos: "tu hermana (su hija) llega siempre tarde"; "tu madre (su mujer) gasta lo que no tiene"; "tu padre (su marido) siempre quiere tener la razón"; "esta/e pendeja/o (su hermana/o) hace simpre lo que quiere"; "no sé de dónde saca esas ideas tu hijo (y el suyo).
El problema más insignificante puede licuar la sangre más espesa. Pero no es maldad. Es casi una forma inevitable de comportamiento: la tentación de tirar la primera piedra. Aun así, cada familia es, en verdad, un mundo, y cada integrante una pequeña nación que, de vez en cuando, declara una guerra sutil y dialéctica, con aliados, traidores e intermediarios.

Hijo: mamá, quiero comprarme un amplificador de cincomil pesos.
Madre: estás loco. No tenemos esa plata, y vos mucho menos.
Hijo: ¡pero lo sacan con la tarjeta y yo pago las cuotas! Es el mejor que hay...
Madre: pero debe haber buenos y más baratos. Cincomil es una locura, tu padre nunca va a aceptar, y yo no estoy de acuerdo tampoco...
Hijo: pero...
Madre: y punto.

Luego, a la noche, en la alcoba matrimonial:

Madre: hijo necesita un amplificador de cincomil pesos.
Padre: ni en pedo. Que vaya a laburar.
Madre: pero se lo podemos sacar con la tarjeta y el pagaría las cuotas. Es el mejor que hay, sin eso no podría tocar, se frustraría, y la terapia nos costaría mucho más...

Hijo recibe al mes siguiente su amplificador de cincomil pesos.

miércoles, 24 de febrero de 2010

importado: sobre festejos y cánticos

Independientemente del tenor de la fiesta, del ánimo del festejado y del calibre, número y naturaleza de sus invitados, en todos los cumpleaños se repite un idéntico ritual: se apagan las luces, caen algunos vasos por la torpeza de los que conocen poco la casa y la disposición de los muebles, entre el caos y el griterío se alcanzan a distinguir las palabras "tres deseos" o "hagan lugar en la mesa"; alguien pide más bebida, alguien pregunta de qué está rellena la torta. Se prenden una o más velas o cualquier otra cosa que pueda cumplir esa función y todos cantan al unísono la más siniestra de las melodías que haya creado el hombre: el Feliz Cumpleaños.
El más extrovertido o el más borracho de la fiesta comenzará a vociferar el cántico, acompañándose con las palmas. Lo seguirá, de mala gana, el diez porciento de los invitados. El resto sólo aplaudirá durante y al final de la interpretación. Nadie entonará jamás. Nunca se pondrán de acuerdo entre decir el nombre del homenajeado, su apodo o su nickname. Pocos comerán torta.
El Feliz Cumpleaños es una canción fea, lúgubre y musicalmente nefasta, y cantarla es de lo más engorroso. Pero si llegase a faltar este hito en la celebración, el cumpleañero seguramente echaría a todos sus invitados de su casa y se encerraría en su habitación a mirar viejas temporadas de Friends y a llorar desconsoladamente hasta el día siguiente.

viernes, 19 de febrero de 2010

scorpio

Mientras dormía, la puerta se abría o parecía abrirse, y también mis ojos, al punto de no saber si estaba o no despierta. El ventilador hacía el mismo ruidito acompasado que las uñas del perro sobre el piso de la escalera. No sabía si la puerta estaba abierta, si el perro estaba adentro, si lo que estaba adentro era un perro u otra cosa, una criatura nocturna y amorfa o la noción visceral del miedo.
Justo en el momento en el que el perro lamía mi mano -inexplicablemente al borde de la cama, fuera de la cama, aunque yo estaba del lado opuesto-, P. se despertó sobresaltado, con un grito breve y gutural, como en las películas. Tardé en darme vuelta, ahora sabía que estaba despierta, y también sabía que tenía miedo. Lo ví inclinado con la mirada atenta y pensé que él también lo había visto. No llegué a entender lo que me decía; sólo atiné a comprobar que no había nada en la habitación y me volví a dormir.
Más tarde, ya inmersos en el día los dos, me dijo que había soñado con un escorpión mental.

jueves, 11 de febrero de 2010

hopefully

Siempre llega el día en que nos detenemos en seco, levantamos levemente la cabeza, como olfateando el aire con asombro y recelo y nos damos cuenta de que, al fin, esa herida ha dejado de doler.