viernes, 3 de marzo de 2006

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LLUEVE.
Nunca voy a entender a la gente que se cubre la cabeza con un diario o con una cartera. ¿Acaso se van a derretir si se mojan? ¿Un diario o una cartera evitan que se mojen? No sé. Y después, la gente que usa mal el paragüas. Los que lo llevan demasiado abajo (las viejas), los que usan un paragüas demasiado grande por veredas demasiado angostas, los que se obstinan en usar paragüas cuando hay viento o cuando apenas si cae una garúa finita. Cuando el paragüas se rompe, la gente no lo lleva hasta a su casa para tirarlo, ni siquiera lo tira en un tacho de basura público, no. Lo deja en la vereda, a un costado o en el medio, abandonado, desarmado y a merced de los perros y los buitres (?) Siempre me dio tristeza que la gente abandone el paragüas así. Debe ser porque uno tiende a establecer un vínculo muy especial con su paragüas. Recordemos lo terrible de la situación de olvidarse el paragüas en algún lado. Yo por eso no uso. En realidad, creo que no uso porque mi mamá, que le tiene miedo a la lluvia, me perseguía (literalmente) con un paragüas cada vez que llovía y yo tenía que ir al colegio, o a la facultad o a donde sea, bajo amenaza de represalias si me lo olvidaba. De ahí debe venir mi perruno miedo a los truenos, y los sueños recurrentes en los que me cae un rayo.
Más allá de todo, siempre, desde muy chiquita me dio impresión que cayera agua del cielo.