viernes, 5 de mayo de 2006

YO solía ser una persona muy puntual. Llegaba al lugar al que iba en el momento en el que el reloj indicaba la hora de la cita. Verdaderamente era así. A veces un minuto antes, a veces uno después, pero casi siempre estaba ahí a la hora en punto. Pero un día, hace unos años, me sucedió algo sumamente extraño. Estaba en un bar en la Facultad de Letras y de repente desaparecí. Y no desaparecí sola, sino que desaparecí junto a una de mis primas y a todos los libros y apuntes que llevábamos con nosotras, y a todo lo que había arriba de la mesa del bar. Durante una hora desaparecimos mi prima y yo, dejando la mesa vacía. Y yo sé que desaparecimos, porque durante ese lapso de tiempo una amiga nuestra con la que nos habíamos citado a estudiar también desapareció; también estuvo en el bar, esperando, escuchando la misma música, y viendo las mismas otras mesas con la misma otra gente, y controlando el tiempo en el mismo reloj que mi prima y yo. Cuando nos encontramos en la clase a la que las tres teníamos que entrar, nos recriminamos mutuamente no haber ido al bar como habíamos quedado. Fue ahí cuando descubrimos con espanto que habíamos desaparecido. Nunca supimos dónde estuvo ella, y ella nunca supo dónde estuvimos nosotras: las tres pensábamos que estábamos en el bar de la Facultad.
Desde ese momento, mi manejo del tiempo sufrió alteraciones insólitas. Soy capaz de llegar una hora y media antes o media hora después a cualquier lugar, habiendo salido de mi casa a horario. Nunca más volví a llegar puntualmente a ninguna parte.