ensayo mínimo sobre no dormir
Hay un momento de la noche en el que las imágenes toman vida propia. Los ojos inútiles, abiertos a los contornos que adivinan en la oscuridad, generalmente lloran, o yacen perplejos sobre un punto que casi siempre está fuera de sí mismos. En esos momentos las personas se repliegan.
El insomnio tiene siempre esa rara pasión por sublevarse; el insomne, la vaga noción de que pierde una guerra. Condición inexpropiable del insomnio la de subyugar el deseo, la necesidad, el imperio de dormir, o sea: de avanzar hacia un nuevo día, que es avanzar en el tiempo de los Hombres –no en el de afuera, que ni siquiera se sabe si avanza, o retrocede o simplemente se posa; pero avanzar o retroceder son, a veces, cuestiones de tiempo más que de espacio, sobre todo cuando hay insomnio o heridas que no son precisamente las del cuerpo, generalmente el primero a propósito de las segundas–.
El insomnio, como un ancla de la noche, se lleva el tiempo con todas sus misteriosas sanaciones.
Tiene a su merced la artillería de la imaginación, de sus fantasmas, de la masa intangible y antropófaga de las ideas, apuntaladas por un dolor inexpresable. El insomnio se combate con la palabra. Mejor: con la escritura.
Porque pensar o sentir ciertas cosas las reduciría, sin la palabra (y sin la escritura como su espejo), a meras liviandades que arderían en el espíritu como hogueras, retornando a su dimensión aceptable –tolerable– y, por ende, redentora, apenas despuntado el día.
La noche promueve la escritura al quitarle al pensamiento su soporte visual. La escritura no es inductora del sueño, sino antídoto del insomnio. La vigilia devolverá al insomne, una vez que haya dormido, un espectro intelectual impensable (muchas veces impensado) en la vida diurna.
Si el insomnio secuestra el tiempo y lo transforma en esa elasticidad viciada, estéril y obstinada en vivificar una herida a través de la repetición de las miles de abstracciones que la representan, de la reconstrucción interminable de los errores que la hicieron posible, la escritura lo cristaliza y torna la herida y su recuerdo en algo manipulable, en algo propio; en una poesía que devuelve su libertad a quien la piensa y convierte al insomnio en la pura voluntad de no dormir.