para Julia.
CAMINABAN por el microcentro, todos juntos. Un hombre se acercó al funcionario y le pidió una moneda, que el funcionario le dio con asco. Dudu, de ocho años, preguntó:
— ¿Por qué ese hombre le pidió dinero a mi padre?
— ¡Porque no tiene nada! - casi que le gritó ella.
Una mujer que integraba la comitiva rápidamente dijo al niño:
— No, Dudu. Ese hombre es un viejo amigo de tu padre; necesita que le presten dinero y por eso se lo pide. Se lo devolverá luego.
— Quiero estar presente cuando lo haga, entonces - contestó Dudu, entornando los ojos con gesto avaro y desconfiado.
La mujer la llevó aparte y le dijo:
— No hagas eso, por favor. Es que Dudu no entiende estas cosas, él no sabe...
— ¿Qué no sabe?
— No sabe lo que es ese hombre. No sabe que hay pobres. No conoce a la gente así.
Su padre, un funcionario del Ministerio de Economía brasilero, lo había mantenido guardado en un barrio privado de Río de Janeiro durante toda su vida. Le había construido un mundo maravilloso donde la pobreza y el hambre no existían, o en el peor de los casos jamás iban siquiera a rozarlo. Así, Dudu creía que un mendigo podía ser tranquilamente un viejo amigo de su padre, que el término favela era un invento de la prensa sensacionalista y que las favelas mismas se encontraban en países lejanos y bárbaros, muy distintos de Brasil.
Volvían al hotel, uno de los mejores de Recoleta. Eran muchos; pasar por la puerta principal se hacía lento. Ella vio al botones dar un rodeo con el equipaje y entrar por una puertita más pequeña, justo al lado de la principal. Lo siguió, entró detrás suyo con total comodidad, por la puerta de servicio, y se reunió con los otros en el hall de entrada. La mujer la miró con suma repulsión y le dijo:
— ¿¡Cómo vas a entrar por la puerta de servicio?!
— Es que era más cómodo y rápido que por la principal...
— Date cuenta de que esa puerta es para gente que no está a nuestra altura, es gente que ocupa otro lugar...
— ¿¡Otro lugar?! Es la misma puerta, es sólo un poco más pequeña. Pero a través de ella puede pasar cualquier ser humano. Con ese criterio, debería haber una puerta para negros, o para judíos o para chinos...
— ¡Já! Estás hecha una psicobolche...
El día que la comitiva regresaba a Brasil, su suegra le dijo:
— Hay que hacerle un regalo a Dudu...
— Sí, yo ya lo pensé.
— Lo que quiera que sea, espero que valga más de cien pesos. El chico haría un escándalo si le regalaras una baratija. Dudu no acepta regalos baratos, y sabe el precio de todas las cosas.
— Entonces prefiero no regalarle nada.
Dudu volvió a Brasil, donde no hay pobres, ni negros, ni gente fea, sucia o hambrienta. Todavía tiene tiempo antes de empezar a preocuparse por su futuro. La realidad lo va a aniquilar con armas que él ni siquiera comprende, pero pasarán años.