lunes, 6 de junio de 2005

.autosugestión

A las seis de la mañana tenía que estar en el Hospital Fernández. Ya desde que llegué, a medida que iba por los pasillos hacia los Consultorios Externos, el olor del alcohol mezclado con lo que sea que usen para desinfectar los pisos me envolvía en un estado de somnoliencia espantoso. Tenía hambre, sueño, frío, miedo y ansiedad. En la fila había algo así como diez personas delante mío. Esperar mi turno fue un calvario. Todos hacían comentarios escabrosos sobre experienecias en hospitales. Había un boludo atrás mío que no dejaba de repasar la cartografía de sus venas y de señalar todos los lugares donde lo habían pinchado y se le había infectado. La idiota que estaba con él contaba que como tenía púrpura de Schonlein Henoch, la iban a tener que pinchar en la mano. Yo estaba cada vez más amarilla, más mareada y más ansiosa. Cuando faltaban cuatro personas para entrar, empezé a sentir que me quemaba el brazo izquierdo y no podía mover las piernas. Todavía estaba bien, pero empezaba a tener signos de hiperventilación y hacía un esfuerzo terrible por regular la frecuencia cardíaca. Cuando me llamaron, llegué zigzagueando al consultorio y me desplomé en un banquito frente a la mesa del enfermero, que era igual a Papá Pitufo, apantallándome como una desquiciada. "Sí, hace calor", me dice Pitufo, tratando de darme charla. "No, es que a mí esto me da mucha impresión" le digo. "Aaaahhhh", dice el viejo. Me pone el torniquete y me dice que apriete bien fuerte la mano. Yo tenía la fuerza de una babosa con sal. Cerré los ojos y esperé a que termine. Me levanté como borracha y escuché como desde lejos a Papá Pitufo decirme algo "sobre los valientes" (?) Salí y me senté, y cinco minutos después, lo de siempre: se me nubló todo, la mitad izquierda del cuepo inmovilizada, puntitos luminosos por todos lados y un silbido atroz en los oídos; la gente con cara de catástrofe inminente pero sin mover un dedo. Por suerte estaba Marcos, un compañero de laburo, que me sacó de la sala de espera y me trajo hasta mi casa, café y alfajor restauradores de por medio.
Son las tres de la tarde y todavía no puedo extender completamente el brazo, me duele todo el cuerpo y sigo mareada.


Que lo parió.