mitológicos
Salimos a una especie de balaustrada, una prima y yo. Había alguien más, no sabría decir quién, un amigo sin nombre o algún novio olvidado o a punto de. Íbamos a ver la casa nueva, bastante amarilla. Veníamos de la habitación de prima mayor, pero cuando salimos todo era un barco, incluso el balcón; un barco y un muelle y también una fuente, y todo cercado por paredes altísimas, y en el medio el agua. Los perros, dos boxers atigrados, nos acompañaron: uno nos seguía, el otro se adelantó un poco. Los marineros trabajaban en el barco-muelle-puerto, cargando bolsas y atando sogas gruesísimas. Eran largos hombres ridículos y siniestros, con camisas a rayas rojas y pantalones arremangados. Uno se nos acercó y nos recordó que no podíamos mirar para atrás, nunca. Todo el tiempo, por alguna razón, teníamos miedo. En la voz de la prima latía un poco de resignación y de tristeza.
Por el borde del muelle fui bajando hasta llegar a la fuente, situada al límite de un lago de agua negra. La fuente era enorme y estaba llena de esculturas de piedra blanca. Era imposible distinguirlas, o quizá representaban algo que no conocía.
Al mismo tiempo que gritó el marinero más alto, cayó al agua el perro. Lo vi chapotear en el agua como brea y nadar hacia el borde opuesto al de la fuente con gran tenacidad, como si supiera. Tuve que girar todo el cuerpo para seguirlo con la vista; era de suma importancia jamás darse vuelta. A mitad de camino, un poco antes de que el perro llegara a la orilla del muelle, escuché los gritos de pánico de mi prima, sentí el terror helado de los marineros. Por debajo de la fuente, abriéndose paso por el lago sombrío y pegajoso, como una avalancha de nubes, habían emergido Los Mitológicos. Eran de piedra y custodiaban la fuente y el lago negro. No pude verlos a todos. Recuerdo un cancerbero, dos o tres centauros, varias sirenas, uno con un tridente y cola de dragón, una mujer que podría haber sido Medusa, un minotauro, un animal con cabellera de fuego, muchos faunos. La legión de Mitológicos cazando al perro bajo una luz amarillenta y espesa como sémola.
Corrí por el borde del muelle hasta la balaustrada, los marineros gritaban “adentro, adentro”, se formaban en línea, levantaban sus arpones. Corrí como si flotara, cerré la ventana tras la balaustrada, no pude mirar hacia atrás.