Resulta que hoy la gente se levantó y estaba nevando. Y salieron todos a la calle con sus guantes y sus trineos (?) a festejar el novedoso fenómeno. El aire se llenó con el espíritu contagioso de una especie de Navidad mutante, y todos fantaseaban con hacer un muñeco de nieve, o de barro, o de lo que sea, pero hacer un muñeco.
Y todos se reían y sacaban fotos, y vecinos que se odiaban intercambiaban gestos de complicidad, inmersos en una indulgencia temporaria, y los chicos miraban asombrados y jugaban con los copitos, cada vez más grandes y más nieve, y nadie les decía que se abriguen o que entren porque todos estaban afuera, porque estaba nevando, como en el Primer Mundo, carajo. Y la gente iba cazando micrófonos y cámaras, y, apenas se topaban con algo, encaraban y repetían como un coro: "es una bendición" o "es un milagro". Y todos, devorados por el infantil asombro, se olvidaron de todo lo que pasa.
Se olvidaron de la demonización del frío, de la crisis energética, de la falta de luz, de gas y de agua en las represas. Se olvidaron de que no está bueno Buenos Aires cuando hace frío. De que está bien que nieve en Suiza o en Holanda, donde todos van por debajo de un tubo calefaccionado. Pero que en Buenos Aires, el frío te mata. No a ellos, que tienen un techo, o una estufa que todavía les funciona. El frío mata viejos, chicos y pobres. Mañana, los medios se van a dividir entre las imágenes de la histórica nevada y el obituario de hipotérmicos, para el asombro y el morbo idiota de los desmemoriados.