BUENO, sí, cayó granizo. Piedras grandes, enormes, sí. Muchos autos rotos, gente preguntando imbecilidades a su aseguradora, agua por todos lados. No se ve algo así siempre, es verdad. Pero... ¿es realmente necesario un día y medio de informes periodísticos sobre el fenómeno? Y la nota sobre las vidrierías "que no daban abasto", y la gente cambiando el parabrisas, y los idiotas de rigor diciendo que le van a hacer "juicio al Estado" (?!), y las viejas mediocres llorando por sus ventanas como si un alud hubiera arrasado su casa. ¿Era necesario? ¿Y si hubiera una guerra, qué? ¿Qué harían entonces? Los medios, la gente, ¿qué dirían, qué pensarían, cómo se las arreglarían?
Estúpidos.
jueves, 27 de julio de 2006
domingo, 9 de julio de 2006
viernes, 7 de julio de 2006
PRIMERO, un tipo le entra a hachazos a un cajero porque le tragó la tarjeta. Otro, en una situación similar, destroza el banco entero a macetazos. Más tarde, un hombre con un arma de guerra abre fuego a mansalva en plena avenida Cabildo; mata a un pibe y hiere a seis personas más. Hace unos meses, un policía mata a su novia y se pega un tiro en la cabeza, en un pelotero de Mc Donald's. Ayer encontraron el cuerpo de una nena flotando en una zanja en Esteban Echeverría. Nadie había notificado su desaparición. Aparentemente, la habría asesinado algún pariente.
Las viejas soretas de Belgrano se plantan indignadísimas ante las cámaras a pedir "más seguridad". Una lobotomía, eso les tendrían que hacer. Pelotudas.
miércoles, 5 de julio de 2006
ALLA por marzo de 1987, yo entraba con mi guardapolvito blanco a un aula de 1º grado de la escuela nº 31 de Banfield, después de jurarle (mentirle) a mi mamá que no me importaba ni que ella no se quedara ahí esperandome en la puerta, ni que las horas de clase fueran cuatro en lugar de media, como yo creía. Justo al lado mío se sentó una nena de cara redonda a quien llamaremos J. Fue la primer persona que me dirigió la palabra en la escuela primaria. No, no se convirtió en mi amiga de toda la vida. Detesté su vocecita chillona, su verborragia irrefrenable, el alarde que hacía de sus lápices de colores y las puntillas que su histérica y escandalosa madre le había cosido al cuello del guardapolvo. Yo siempre digo que aquella primera y agobiante impresión que me dejó J. ese día resume la impresión general que me llevé de la escuela primaria y de (casi) todos los que la hicieron conmigo.
Hoy, casi veinte años después, J. me llamó a la casa de mis padres para invitarme a una Fiesta del Reencuentro, o alguna atrocidad semejante.
Já.
Ni-muerta.